• Los niños muertos

    192 páginas | Tapa blanda | Formato: 13.5 x 20.5 cm.
    Año de publicación: 2024

     

    La exigencia política e histórica de Parra camina en paralelo a su exigencia literaria. La cita con la que se abre el libro está sacada de las “Memorias del subsuelo” de Dostoievski: “Somos criaturas muertas al nacer y hace tiempo que nacemos de padres no vivos”. La historia, los estratos de tierra, los fantasmas, los muertos en vida, los de abajo… Ninguna corrupción es mágica. La pobreza engendra debilidad y una forma de violencia que no se encamina en una dirección transformadora. En Los niños muertos Parra es un escritor sensible, certero y valiente.

  • Maru Amaru

    Autor/a:Roger Hiyane

    58 páginas | Tapa dura | Formato: 17 x 22.5 cm.
    Ejemplares numerados

     

    En el budismo zen, el círculo —maru, en japonés— es la representación del satori: la iluminación súbita. Y la serpiente —amaru, en quechua— es un naga: un ser divino del clima, los remolinos y las ilusiones. Ambos aparecen en mandalas: formas geométricas que unen el microcosmos con el macrocosmos. Las culturas ancestrales peruanas también fueron fabulosas en marus y amarus, con sus propias geometrías míticas en los Chavín, Nasca, Mochica. Este libro propone ingresar a ese océano compartido de creatividad, con un gancho al subconsciente.

    S/ 100.00

    Maru Amaru

    Autor/a:Roger Hiyane
    S/ 100.00
  • Thomas Wainewright, envenenador y otros textos fulminantes

    Autor/a:Oscar Wilde

    116 páginas | Tapa blanda | Formato: 10 x 20 cm.
    Año de publicación: 2014

     

    Aunque varios de los textos que componen este librito de apariencia breve no habían sido antes traducidos al castellano, no es ésa la principal gracia que el lector encontrará en ellos. Al decir del traductor y encargado de la selección, Juan Manuel Vial, estos escritos nos muestran a un Oscar Wilde desconocido, que no figura, ni siquiera como espectro, en sus grandes obras literarias. Preocupado de asuntos espectaculares, como la existencia de aquel admirable envenenador llamado Thomas Wainewright, y de otros más cotidianos, como la decoración del hogar, la filosofía del vestir, las peculiaridades de los habitantes de Estados Unidos y las vicisitudes de las modelos y los modelos en Londres, Wilde se revela aquí como un férreo defensor del buen gusto, sin privarse, claro que no, de lanzar dardos emponzoñados en contra de los falsarios, los académicos y todos quienes, siguiendo una u otra moda, acabaron construyendo horrores, ya fuera en el arte o en la vida misma.

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