• Cantar del Waqachuta y otros cuentos

    156 páginas | Tapa blanda con solapas | Formato: 15 x 21 cm.

     

    Leyendo el cuento El guardián de Paccayura, incluido en este libro que va por su cuarta edición, he vibrado de alegría y de tristeza, al comprobar la calidad narrativa de este joven escritor apurimense. Al recorrer la trama del relato he sentido alegría por la hondura y originalidad de su prosa, labrada con palabras y expresiones del «españoquechua», que maneja con destreza poética este discípulo literario de José María Arguedas, Gamaliel Churata y de otros grandes del arte de narrar que felizmente están entre nosotros (Enrique Rosas, Mario Guevara, Luis Nieto Degregori, Zelideth Chávez). Y mi mente se ha puesto triste porque Niel Palomino me ha hecho recordar que «nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir», como lo dijo Jorge Manrique y lo comprobaron Vallejo, Arguedas, Florián y tantos otros creadores que han pasado de la vida a la muerte, como ocurre con los padres del narrador de El guardián de Paccayura. Como el cuento referido, en este volumen hay otros cinco de la misma factura. Cuentos escritos con talento de auténtico fabulador que, nos revelan el mundo y el ser de los hombres de Grau – Apurímac llamados wakachutas.

  • Cuatro páginas en blanco

    137 páginas | Tapa blanda con solapas | Formato: 14 x 20.5 cm.

    Incomprendido en su tiempo, Federico Alzubide fue un escritor que, sin haber colocado palabra alguna sobre el papel (y de ahí el título de este libro), movió los cimientos de la crítica. ¿Era un verdadero vanguardista o alguien que se burlaba de sus lectores? Cuatro páginas en blanco, de Lucho Zúñiga, es un notable artefacto estético porque combina el ensayo, la entrevista y el microrrelato para afianzar su carácter metaliterario. Pero es, ante todo, un texto arriesgado y que no debe pasar desapercibido.

  • Teatro peruano en el tiempo del miedo. Estética, historia y violencia (1980-2000)

    264 páginas | Tapa blanda | Formato: 14.5 x 20 cm.

     

    Entre los años 1980 y 2000 el Perú vivió una época de violencia sin precedentes, nacida del enfrentamiento de dos visiones extremistas sobre cómo solucionar los históricos problemas nacionales. Una se tomó el derecho de atacar el naciente orden democrático para instaurar un comunismo mesiánico, de métodos terroristas, ineficiente hasta en sus estrategias militares. La otra, aprovechando la urgencia de respuestas, se ocupó de desaparecer toda forma de oposición ideológica al liberalismo/capitalismo reinante, y se llevó de encuentro poblaciones vulnerables, históricamente postergadas. El resultado fue un tiempo de miedo, —manchay tiempo era llamado en la zona andina— un trauma social todavía perceptible en varias generaciones de peruanos.
     
    Ante este desplome del tejido social, los artistas del teatro se vieron forzados a dialogar con esta realidad angustiante. Sin embargo, muchos de los discursos escénicos sobre y en medio del conflicto armado, no han sido revisados con detenimiento, en una perspectiva de largo plazo, ni se ha establecido su posible influencia en el quehacer cultural posterior. Todavía algunas preguntas parecen pertinentes de formular: ¿Qué dijo el teatro peruano sobre la violencia?, ¿lo dijo bien?, ¿contribuyó a contar una verdad?

Menú principal